Parece que últimamente no me quito esa frase de los labios, ni de la mente. Pero no me hacen caso, el mundo no para por sí solo, ni nadie lo para para mí, así que no me queda otra que seguir montada en esta montaña rusa de despropósitos e idioteces.
Últimamente, también, mi Facebook personal se ha llenado de debates polémicos con respecto a la que está cayendo. Llevo toda la semana pensando en que quiero escribir sobre ello, pero son temas tan ajenos a este blog, que no me he animado a hacerlo. Sin embargo, cómo son las cosas: quería escribir un post más personal, de opinión, y un grupo de feministas francesas me ha dado el pie que necesitaba.
Una de dos: o bien es cierto que la estupidez humana no tiene límites, o que cuando el Diablo no tiene nada mejor que hacer, mata moscas con el rabo.
Está claro que los iconos fotográficos tienden a estar envueltos en polémicas: que si son fotos preparadas, que si no muestran la realidad, que si manipulan una realidad que sí existe, que si esa manipulación la ejecutan los que escriben el pie de foto… El mundo del fotoperiodismo está envuelto en ese tipo de debates continuamente. Pero este me parece especialmente fuera de lugar.
El 15 de agosto de 1945, Alfred Eisenstaedt paseaba, Leica en mano, por Times Square, en Nueva York, donde una multitud celebraba con júbilo el fin de la peor guerra conocida hasta el momento: la II Guerra Mundial. Como seguramente muchos otros fotógrafos, estaba en ese preciso momento buscando una foto que describiera, de una manera muy expresiva, ese hecho histórico. Y la encontró:
El día de la victoria de los aliados sobre los japoneses vi en Times Square cómo un marinero pasaba corriendo por la calle y se lanzaba sobre todo ser femenino que se cruzara en su camino… Me puse a correr delante de él con mi Leica en la mano, pero ninguna de las fotos que logré hacer me gustaba. Entonces vi de reojo cómo agarraba cual un rayo una cosa blanca. Me di la vuelta y apreté el obturador justo en el instante en que besaba a la enfermera. Si ella hubiera llevado un vestido oscuro, nunca habría conseguido esa instantánea, y tampoco si el marinero hubiera llevado un uniforme blanco. Tomé exactamente cuatro fotografías en pocos segundos.
¿Asalto sexual, como afirman las feministas francesas, o una acción fruto de la euforia del momento? Seguramente no fue la opción más políticamente correcta, pero, sinceramente, dudo que sea un asalto sexual, porque por lo que sabemos, la posible enfermera no lo sintió como tal. Y me parece que buscarle tres pies al gato no tiene sentido alguno.
Ese día, Times Square era una fiesta, y esta escena se repetía por todas partes: se celebraba la vida, de una manera eufórica, pues, ¿quién no experimentaría ese sentimiento al saber que no tendría que ir a un frente donde la esperanza de vida media para un soldado apenas llegaba a las 3 semanas? Seguro que muchos se sintieron renacer en ese momento.
Si buscamos sobre este tema en Google, veremos multitud de entradas que cuentan esta historia. En las que he ido consultando yo, como esta de Xatakafoto, no se ve un análisis como el que hacen las francesas. Y aquí es donde viene mi sorpresa, o indignación (no sé cómo llamarlo): parece que nos encante ser unos conspiranóicos. Vemos sexismo por doquier. Vemos crueldad contra los animales por doquier. Y nos aterra un virus. A pesar de que sean motivos suficientes para desconfiar del mundo, creo que vivir en ese estado de histeria perpetua para con absolutamente todo lo que nos rodea, no nos beneficia. Y, por mucho que las miradas extraviadas y la multiplicidad de puntos de vista me apasionen, creo que todo tiene un límite.
Por favor, no perdamos el oremus. Y, aunque no venga al caso, añado: si quieres mostrar tu punto de vista, y éste difiere del ajeno, hazlo, pero siempre con respeto.