En una recoleta placita (actualmente en obras) del centro de la capital abulense, muy cerca del convento carmelita de Santa Teresa, encontramos un palacete de estilo renacentista conocido como el Palacio de Superunda. Este edificio, construido a finales del siglo XVI por el regidor Pedro Ochoa Aguirre, sería la residencia (primero alquilada, luego adquirida) en el siglo XX del matrimonio Caprotti, cuando, casi entrando en la década de los 20, el pintor italiano conoce a Laura de la Torre, y contrae matrimonio con ella.
Construido en una potente sillería de granito, la disposición de la fachada está flanqueada por dos esbeltas torres. Mientras que en la planta baja se abren dos ventanas que flanquean un acceso con jambas y dintel de molduras, en la superior podemos encontrar tres balcones adornados con escudos. Pero su verdadera belleza reside, como es de esperar, en su interior: un patio muy sencillo, con austeros artesonados y balaustradas de madera, cuyo principal atractivo reside en la escalera de tipo monacal, en la cuál podemos encontrar un relieve de un busto de Jesucristo, atribuido a Vasco de la Zarza.
El edificio en sí es una preciosidad, con su luminoso patio que articula las estancias del mismo, y las antiguas cocinas y caballerizas (también visitables, y aprovechadas para albergar espacios útiles de un museo).
Además, algo muy curioso (y propio de los palacios restaurados en Ávila), es la exposición de una serie de fotografías que muestran los trabajos de restauración, tanto del edificio, como de algunas obras en él expuestas.
Tras dicha restauración, en la que podemos ver una perfecta integración de modernidad y clasicismo, el Palacio de los Superunda se ha convertido en la sede de la colección Guido Caprotti, una muestra magnífica mediante la cuál conocer un poco mejor Ávila.
Pero, ¿qué podemos encontrar exactamente en el interior de este edificio? La colección (de la que, puesto que hablaré más extensamente en el siguiente post, no voy a mostrar ahora gran cosa) la compone la obra pictórica de Guido, las miniaturas de las Reinas realizadas por su mujer, Laura de la Torre (que incluso quiso comprar la Reina Sofía, ya que destacan por su delicadeza), y esculturas de su hijo Óscar (bustos y retratos en su mayoría, algunos de una manufactura realmente bella). Además, hay dos obras de Sorolla, que representan a los suegros del pintor (y ya sabemos que tener obras, aunque sean menores, de un pintor como Sorolla, siempre vende, aunque para mi gusto, las pinturas de Caprotti son mucho más interesantes).
También encontramos tres salas en la planta noble del edificio, donde podemos disfrutar de muebles de capilla, pianos, tapices, que nos permiten hacernos una idea de cómo era el palacio cuando era la vivienda del pintor (aunque para ello, lo mejor es ver las fotos del proyecto Ávilas).
Respecto a la disposición en sí de la colección, y a pesar de no poder analizarlo desde un punto de vista museológico (pues no soy especialista), he de hacer una serie de críticas que, a mi juicio, impiden entender y disfrutar del contenido de la misma:
* Necesidad de una buena guía/audioguía. Al pagar la entrada, una de las personas que está en la «recepción» te explica muy someramente qué vas a ver, y el orden que tienes que llevar en tu visita. Menos es nada, pero creo que es insuficiente. Además, te recomienda que dejes para el final la sala donde se exponen los autorretratos y retratos de familia, donde está precisamente la información de quién es Guido Caprotti. Por eso, yo os recomiendo ver primero esa sala, y luego ya empezar con el recorrido como os han dicho.
*Recorrido un poco caótico, con pocas indicaciones. Viene bien para los que gustamos de divagar y perdernos por las colecciones, pero durante mi visita presencié cómo algunos visitantes salían de las salas desorientados, sin saber hacia cuál debían ir ahora, o comentando «esto ya lo hemos visto».
* Iluminación. Luces que se encienden cuando el visitante entra en la sala…Muy ecológico para gastar menos, pero las células de detección de movimiento, en algunas salas, tardan en saltar, así que empiezas a ver las obras dejándote los ojos. Además, los reflejos y sombras típicos de muchos museos españoles, en los que las obras no están correctamente iluminadas, impiden la visualización.
* El discurso de la exposición. Las cartelas explicativas de los grupos temáticos no tienen títulos, pero se intuye cierta cohesión cuando las lees y ves las obras que te rodean. Sin embargo, separan en «géneros» (por decirlo de alguna manera), cuando yo creo que en general todas las obras forman parte de un todo. No entiendo muy bien, por ejemplo, por qué en mitad del recorrido meten la etapa mexicana (que se supone que es la última), para luego volver a escenas abulenses, y acabar con retratos. Igual habría sido mejor un discurso cronológico.
* Las miniaturas de las reinas. Colocadas en dos paneles, no hay ninguna cartela explicativa que las narre (o al menos yo no la he visto). Bien es verdad que no hay mucho que narrar, pero si no fuera porque a la entrada te advierten de que las vas a ver… Dirías: «¿Y esto, a qué viene?». Además están mal iluminadas, y al tener que acercarte para verlas, te das sombra y te ves en el reflejo del cristal que las protege, por lo que se dificulta la visión.
* Entrada no reducida a parados. Este apartado no es tanto problema de museología como de gestión cultural (entiendo). Creo que siempre se debería facilitar la entrada a personas con menos recursos (y más en los tiempos que corren), y esto me ha llamado poderosamente la atención. El precio de las entradas es bajo, cierto (3 euros la general, frente al 1’50 de los jubilados). Pero si tienen una tarifa reducida, deberían tenerla para todos los grupos sociales con menos recursos.
Por último, un detalle curioso: las antiguas caballerizas se supone que están preparadas para albergar una tienda (o al menos, tienen ese cartel), pero el espacio está vacío. Entiendo que con el tiempo se llenará, pero me ha llamado la atención que pongan el cartel tan pronto, sin tenerlo preparado.
En cualquier caso, como os digo, el museo es una delicia que no te esperas encontrar en Ávila, restaurado con muy buen gusto, sabiendo integrar lo moderno con lo contemporáneo, y ver la disposición típica de un palacete abulense. Habrá que seguir la pista a este museo, porque promete ser uno de los «must» de la bella ciudad amurallada.